- El utilitarismo: (ética de fines o bienes).
-El utilitarismo de Jeremy Bentham 1748-1832). Utilitarismo de la cantidad “ La mayor felicidad para el mayor número de personas” El placer y el dolor como maestros, muestran lo que es bueno y lo que es malo. La felicidad consiste en maximizar el placer y minimizar el dolor. Debemos dirigir nuestras acciones según la llamada “aritmética de los placeres”: Frente a cada acción, debemos calcular la cantidad de placer que nos proporcionará y restarle la cantidad de dolor que puede provocar; cuanto más positivo sea el resultado, mejor será la acción.
¡Atención! Como vivimos en sociedad el cálculo no podemos hacerlo sólo con relación a nosotros mismos, ya que muchas de nuestras acciones repercuten en los demás. Por tanto, en el cálculo se ha de prevenir si mi acción provocará placer o dolor en los demás. De ahí que Bentham estuviera muy preocupado por las cuestiones políticas y sociales: La bondad o maldad de una ley (o de una acción) se juzga por su utilidad para promover la mayor felicidad posible a la mayoría. El criterio para juzgar esta utilidad será las consecuencias. Si en lugar de producir más felicidad produce más dolor, debía ser cambiada.
– John Stuart Mill (1806- 1873). Utilitarismo de la cualidad. Respecto a los placeres es preferible la cualidad a la cantidad. Considera que entre las personas y los animales hay una gran diferencia, las personas tenemos inteligencia y voluntad, por tanto debemos aspirar a placeres superiores. Las personas cultivadas son más sensibles, experimentan más intensamente el placer y el sufrimiento, sobre todo se sufre más contemplando la desgracia ajena. Cuanto más educada, cultivada y desarrollada esté una persona, más nobles u elevados serán sus intereses, de tal manera que llegará un momento en el que su máximo placer lo hallará en promover el bienestar de los demás. Por eso, la máxima virtud de la moral utilitarista será el altruismo, que consiste en sacrificar el propio placer en beneficio de los demás. Los utilitaristas piensan que la educación es el mejor medio para incrementar el bienestar general.
5. Teoría ética eudemonista : Aristóteles (384 a.C – 322 a. )
Eudaimonía, en griego, significa felicidad. Identifica la felicidad con la bondad.
Es feliz el hombre bueno, y el hombre bueno es aquel que actúa virtuosamente.
– Fines y medios. El fin último, la felicidad.
– La felicidad: Según Aristóteles la felicidad es el fin último, y , por tanto, el sumo bien: quien es feliz, ya no persigue otro fin. ¿En qué consiste la felicidad? Aquí surgen las discrepancias. Para los hedonistas la felicidad reside en el placer, otros la identifican con los honores y la fama, y otros, con la riqueza. Pero ninguna de estas cosas proporcionan la felicidad. Si bien el placer parece ser un fin último, a la larga esclaviza al hombre, ya que se acaba pronto y le obliga a buscar nuevos placeres, lo cual le llena de ansiedad.
Tampoco los honores y la fama producen la felicidad, ya que dependen de los demás, igual que las riquezas, que sólo son un medio para conseguir otras cosas. ¿En qué consiste, por tanto, la felicidad? Para Aristóteles alcanzamos la felicidad cuando actuamos de acuerdo con nuestra propia naturaleza, es decir, cuando actuamos de forma racional, y cuando hacemos esto de forma excelente (virtuosamente) se es feliz.
La virtud. ¿En qué consiste la excelencia o virtud? Desde la teoría moral de Aristóteles la virtud es el justo medio entre dos actos extremos, que son los vicios, así hay personas cobardes (vicio por defecto) no se atreven a nada porque ven peligros por todas partes, y otras que actúan con temeridad (vicio por exceso) y no calibran los auténticos peligros. La virtud es la valentía, que consiste en saber qué riesgos podemos afrontar y afrontarlo. Precisamente saber descubrir el justo medio para cada uno es la virtud fundamental, la prudencia.
Pero ¿cómo se adquiere la virtud? Según Aristóteles la virtud y el vicio son hábitos, que se adquieren por repetición de actos. Cuando alguien ha adquirido el hábito, por ejemplo, de decir siempre la verdad, ya no le cuesta ser sincero, y al revés. De hecho, no somos sinceros porque decimos la verdad, sino que decimos la verdad porque somos sinceros, porque hemos adquirido este hábito. La persona virtuosa y, por tanto, feliz es aquella que todo lo que hace lo hace de modo excelente.
6. La moral cristiana: Santo Tomás de Aquino (1225-1270).
Aquino cree, como Aristóteles, que el sumo bien de la persona humana es la felicidad, pero piensa que la auténtica felicidad es la beatitud. Consiste en la contemplación de a verdad, y como la verdad absoluta es Dios, debe consistir en la contemplación de Dios. Pero esta contemplación no es posible en esta vida y, por tanto, lo que hagamos ha de tener como finalidad última alcanzar la vida eterna. Para ello hay que cumplir la ley divina. Esta ley ha sido revelada por Dios en los textos sagrados (Biblia). De ahí parece deducirse que entonces sólo podrían ser felices los cristianos. Pero, según Santo Tomás, esto no es así, ya que la ley divina coincide con lo que él llama la ley natural. Esta ley es universal y está “inscrita en el corazón” de todas las personas humanas, de modo que puede ser conocida por todas, ya que coincide con la racionalidad.
El principio básico de la ley natural es que hay que hacer el bien y evitar el mal. Y esto se concreta en una serie de normas (los diez mandamientos).
He incluido la moral tomista en el grupo de las morales de bienes porque nos indica el modo de alcanzar la felicidad. Sin embargo, su planteamiento es distinto del de las otras morales en algunos aspectos. El hedonismo, el eudemonismo y, en parte el utilitarismo plantean el deber moral de manera condicional: “ si quieres ser feliz, compórtate de tal y tal forma. Y si no lo haces peor para ti”. En la moral religiosa esto es así sólo en parte, ya que al provenir de Dios los mandatos, la obligación es mucho más fuerte, y por eso introduce el concepto de pecado: la desobediencia a Dios .El castigo del pecado no sólo lleva como consecuencia el no ser feliz, sino también un castigo positivo: la condenación eterna.